lunes, 20 de diciembre de 2010

21-12-2010

A veces pienso en un mundo tranquilo. Existe, sin duda. Pero no se ve mucho en la tele, ni se escucha con demasía en la radio, ni se lee normalmente en los periódicos. Es un mundo tranquilo, como digo. Y no es ni mucho menos una utopía (y ojito, que la diferencia entre la utopía y la realidad no es más que hacer  lo que se llama utopía). ¿Queréis que os explique cómo es ese mundo? Es muy fácil. Y muy corto de explicar.

Cerrad los ojos. 

jueves, 9 de diciembre de 2010

09-12-2010

Para ser feliz, sólo has de querer serlo. Eres lo que piensas. Eres lo que sientes.

lunes, 6 de diciembre de 2010

6-12-2010


Este año 2010 he escrito poco, lo reconozco. Pero digamos que ha sido un año muy movido. Muchas emociones (que, en contra de lo que se dice en ocasiones, nunca son demasiadas). Y, como digo siempre, no cambiaría ni una coma de todo aquello que me ha pasado. El corazón, a qué negarlo, me dice que sí que hay cosas que me hubiera gustado que fueran de otra manera. Pero el sentido de la vida (que a veces duele, pero siempre enseña e instruye) me dice que todo aquello que nos acontece es debido a que así debe ser, puesto que no vivimos solos en el planeta ni en la vida. Doy gracias por todo el amor que recibí y por el que dí. Un beso a todo el mundo.

20-04-2010

Bonito eso de aprender. Hermoso, sin duda. Aciertos, errores, etiquetas humanas en definitiva. Me gusta Peter Pan. Conserva esa inocencia tan necesaria para darse cuenta del lado de la vida que realmente merece la pena. Y sin embargo, nos cuesta tan poco enfadarnos, malentendernos, sacarnos los ojos. De todas formas, qué cosa tan curiosa sucede cuando cierras los ojos. No hablo de hacer meditación, no, ni siquiera eso. Simplemente eso, cerrar los ojos. Abstraerse de todo y de todos. En el "Reino de la nada" todo es de otra manera.

Alguien me podrá decir que eso del "Reino de la nada" es una huída de la realidad, un acobardarse ante lo que vemos, un no querer aceptar que "las cosas son como son" y punto. Y yo le diré que no es a eso a lo que me refiero. Por supuesto que mientras cierras los ojos y penetras en ese "Reino de la nada", el paro sigue aumentando, los niños del África se siguen muriendo cada diez segundos uno de ellos, tu mujer está de uñas contigo, hay varias cosas que no salen como tú quieres que salgan, los políticos siguen tomándonos el pelo en pos de no sé qué ideal patrio de pacotilla, se te volvió a estropear el coche y no sé cuantas cosas más. Lo que sucede es que, cuando entras en el "Reino de la nada", todas esas cosas desaparecen de tu mente el tiempo que seas capaz de mantenerte en dicho Reino (si es que de verdad entras en el "Reino de la nada", os aseguro yo que desaparecen). Y es entonces cuando verdaderamente podemos aprender un montón de cosas...

Podemos aprender que a veces puede ser mejor callar que hablar o escribir demasiado. Y que posiblemente es preferible leer mucho a los demás, guardando silencio verbal y escrito, para, de esta manera, no querer imponer, ni siquiera de refilón, una opinión o un mero punto de vista.

Podemos aprender que quizás ya vale de tanto "empujoncito" a quien no se deje empujar, pues sus razones tendrá para no dejarse. Independientemente de lo mucho que la experiencia nos haya enseñado de todos y cada uno de los "empujoncitos" que hayamos dado a lo largo de la vida que, si bien fueron certeros en su mayoría, también hubieron que, posiblemente, sobraron (¿o no?; bueno, ¿importa eso ahora? Creo que no).

Podemos aprender que el silencio es una poderosa fuente de sabiduría. Te regala pensamientos, lágrimas, sueños, alegrías, abrazos, besos, milagros, duendes, visión de guías, sensibilidad desconocida y, entre más cosas, paz. Sí, el silencio. Humildad serena, que no debilidad. Búsqueda paciente, que carreras de pollo sin cabeza. Incertidumbre que, en definitiva, regala un infinito campo de posibilidades. Sí, mejor en silencio. Mejor...

Podemos aprender, y creedme, se aprende, que nunca estamos solos. Nunca. Como mínimo, estás contigo. Y no es poco. A fin de cuentas, comprendo que nadie gusta a todo el mundo, y lo veo bien. Ya que la vida se hace por experiencia, y la experiencia la da el contraste. Pero cuando cierras los ojos, te das cuenta de que hay un montón de "gente" que va contigo, día a día. No los verás en los telediarios, ni en los periódicos, ni en las radios. No. De echo, no los verás. Pero es como todo, por mucho que te emperres en decir que el teléfono es sólido, hace ya muchos años que la ciencia demostró que no es así. Todo lo que veas vibra, está vibrando. Todo. Absolutamente todo. Que no lo veas así, no significa que no lo sea. Si tuvieras la profundidad de visión de un microscopio lo verías vibrando. Pero como la longitud de onda que tienes en tu visión es muy cortita, lo ves en ese estado que llamamos "sólido". Pero no lo es. No obstante, la vibración de lo material inerte no lo puedes sentir. Sin embargo, esa no solitud, ese cúmulo de "gente" que te acompaña siempre, sí la puedes sentir. Ya lo creo. Acepto que me digan que son imaginaciones, cuentos chinos, bobadas, y camelos orientales de tres al cuarto. Lo acepto, ya que comprendo que el miedo, que tiene miles de formas, muchas de ellas totalmente subliminales y subconscientemente incontrolables, lleva a muchas personas a ni siquiera profundizar en ese sentimiento, no vaya a ser que descubran cosas que hagan que sus cimientos de "las cosas son como son" se desplomen. Y digo que lo acepto y lo entiendo porque yo fui así durante muchos años de mi vida. Pero cuando cierras los ojos, sientes que no estás solo. Tan solo hay que ser "receptivo a". Sin ir más lejos, ayer noche alguien se sentó a los pies de mi cama. Apenas distinguí una sombra durante un par de segundos como mucho. La verdad, no acerté a reconocer en esa sombra momentánea a nadie que me sonara conocido. Pero sí que sentí que no estaba solo. ¿Miedo? No. Curiosidad. Y paz, mucha paz. Eso sí.

Podemos aprender que no vale la pena tener o no tener razón. Que lo que vale la pena es decir, si se tercia, una mera opinión sobre aquello que se suscite. Y que hay que tener cuidado en cómo decirla, pues no es bueno dejarse cadáveres en el camino que andamos. Pero claro, eso se aprende, a mi modo de ver, callando mucho y atendiendo a lo hermoso que es el silencio. Por eso sigo aprendiendo tanto del silencio de los ojos cerrados y del "Reino de la nada".

Podemos aprender que la tristeza también es fuente de sabiduría interna. Y que quien esté triste, sus razones tendrá para estarlo. Y que no somos nadie para, siquiera, sacarle a ese alguien de su tristeza. No. Nunca sabes, en el fondo, si un "empujoncito" va a ser bien recibido o no o, mejor dicho, si debes darlo o no. ¿Quién los necesita? Posiblemente, en el fondo, nadie. En el "Reino de la nada", con los ojos cerrados, nadie precisa "empujoncitos", puesto que es un lugar en el que no existen los egos.

Podemos aprender que no hay "arriba" ni "abajo", ni "delante" ni "detrás", ni tampoco "izquierda" o "derecha". Que siempre habrá quien te censure, pues también ello forma parte del juego de la vida. Y está bien que así sea. Y que si decimos "blanco" y nos contestan que "que no! que es negro!", pues vete tú a saber, a lo mejor es gris marengo, ¿por qué no? Que sí, que en el "Reino de la nada" te das cuenta que todo es en realidad muy relativo. Que todos tenemos un Ghandi y un Hitler en nuestro interior. Y que ambos conforman nuestra personalidad, nos guste o no. Y nos debe gustar, creo yo.

Podemos aprender que por muy claro que hayamos constatado que tal cosa es de tal manera, eso lo sabremos nosotros a nivel individual..., y con eso basta. Que el éxito personal radica no en la consecución de nuestras metas, sino en el mero hecho de tener el arrojo de planteárnoslas. Permitir que lo distante sea eso miso: distante. Dejarlo venir. Si es para nosotros, vendrá.

¿Y luego? Luego abrimos los ojos, abandonamos el "Reino de la nada", otra vez. Y cruzamos los dedos para no volver a cometer lo errores de antaño. ¿O no eran errores sino aprendizaje? Sea como fuere, yo sigo aprendiendo. Y voy muy, muy despacio. Muy despacio. De hecho, creo que en ese aprendizaje ni siquiera me saqué el bachiller. Suspendo demasiado, demasiadas veces. Y no es que los profesores sean malos. Más bien creo que soy torpe en ocasiones. Pero lo asumo de la manera más digna que se me ocurre. Llevo días dándole vueltas, y creo que me conviene más silencio, más estar callado, más leer, escuchar, aprender, mirar. Menos, mucho menos protagonismo (el gran compañero del ego), más desapego. Más amor, mucho más amor. Toneladas más de amor, si es que el amor se puede pesar. Inocencia, miles de toneladas más de inocencia. Y cuando me volteen, sonreír. Y cuando me equivoque, sonreír más. Pensar más, actuar poco, casi nada. Ya vendrá el momento de actuar. Con quien lo pida, claro. De lo contrario, es ofender el alma del prójimo, que, dicho sea de paso, es como tú: una persona.

Luego de abrir los ojos, es bueno deja dormir al que duerme, puesto que su sueño no es el tuyo. Guardar silencio. Mejor, guardar silencio. Apartarse...¿por qué no? ¿Soledad? Puede ser una hermosa medicina. Los raíles van a seguir en el mismo sitio. Si no cojo el tren de las 14:00, ya cogeré otro. Trenes, siempre hay. Eso sí, primero es mejor preguntar si hay billetes. Silencio, mejor más silencio. Aprender, seguir aprendiendo. Siempre aprendiendo. Como Peter Pan, todo es posible. Y si por ello eres incomprendido, bienvenida sea la incomprensión. Bendita ella. Posiblemente sea la fuente de la sabiduría. Es como cuando te quedas con la mirada perdida en el horizonte. Llega un momento en el que parece que no ves más allá. Pero sabes que ese más allá está "a la vuelta de la esquina". Mejor correr como la tortuga. Mejor abrazar al aire, siempre te abraza. Mejor sostener una gota de agua en tu dedo, te mira cuando tu la miras.

Y ahora, a dormir. Y que me sigan visitando, que me arropen con la manta si me destapo. Que me miren con una bella sonrisa que pueda sentir aunque no la vea. Y silencio, más silencio. He de aprender tanto todavía..., tanto.

09-03-2010

Algunos, los que se supone que saben de estas cosas, los llamados "maestros del amor", me enseñaron que eso del amor es algo que "sobreviene", que se forja día a día y que, en última instancia, explota en una nube de infinitos colores. Bueno, siempre me costó darme cuenta de que yo no era maestro de nada. Y no por falta de ganas. No, que va. Sino porque a los maestros del mundo los vi siempre como un conjunto de aleccionadores sociales, empecinados en decirle a las gentes cómo debían sentir, cómo debían pensar, cómo debían obra y, lo que era peor, cómo debían amar.

Así que poco a poco me di cuenta que yo formaba parte del grupo de los que "no sabían". Me dijeron que medir bien mis pasos y no dejar nada al azar. Yo descubrí que eso del azar no existe y que lo de la improvisación es, en el fondo, la llama del sentimiento previsto sin saber que desde "algún lado" ya lo había planificado de manera inconsciente.

Me dijeron que los hombres no lloran. Yo eso lo tuve fácil, fui un lloreras desde muy pequeño y, afortunadamente, lo sigo siendo hoy en día.

También me informaron concienzudamente de que un hombre debe ser fuerte y, por lo tanto, mostrar sus sentimientos, en el caso de que lo hiciese, de una manera muy rudimentaria y poco apasionada. Yo perdí la cuenta de mis cartas de amor cuando pase de las doscientas y, por suerte, ya no recuerdo el número de besos apasionados que he dado (lo cual es un buen síntoma porque de esta manera, cada beso es un volver a empezar, como si dijéramos).

Me dijeron y me repitieron hasta la saciedad que cada edad tenía una cosa y que cada cosa tenía su edad. Hace pocos meses un hombre, pretendiendo humillarme, me acusó de vivir como un chiquillo de 25 años cuando en realidad tengo 42. Recuerdo que, para su espanto y asombro, le abracé efusivamente mientras le daba las gracias: jamás me habían dicho un piropo tan hermoso.

Trataron de inculcarme que había que ser un hombre de bien con un buen porvenir (de veras, en eso es en lo que más hincapié hicieron). Y un día tuve que decidir entre vivir o VIVIR. Elegí las mayúsculas. No me arrepiento. Al revés. Mi jardín no podrá nunca competir con los jardines de Versalles, pero siempre estará muy por encima del terreno ajardinado estándar que la mayoría de "hombres de provecho" se "permiten" tener.

Cuando mis compañeros se cansaron de jugar a los pistoleros, yo todavía quería seguir jugando. Cuando se cansaron de jugar a mamás y a papás (sin sexo, de manera inocente; quizás los jovencitos de hoy no lo creerán, pero se jugaba a eso también), yo no entendía porqué demonios no querían seguir jugando a eso tan divertido.

Con los años he aprendido que sin duda, yo fui un niño al que le enseñaron todas y cada una de las cosas que enseñaban en la época y que sin embargo, jamás aprendió. Y debo disculpar de ese no aprendizaje a quienes, con su mejor intención, quisieron hacer de mi un "hombre de provecho". Más bien al contrario, les alabo su buena fe y su preocupación por mi. A fin de cuentas, lo hacían con mucho amor. Lo que sucedió no fue que no me lo explicaran bien sino que yo no me lo creía. Por eso no lo aprendí entonces..., y sigo sin aprenderlo ahora. ¿Por qué? Pues...
 
...porque cuando una mano coge a otra mano, todavía soy capaz de sentir la vibración que emana de ambas.
...porque cuando dos labios se juntan con otros dos, todavía reconozco el aroma que se desprende de ellos.
...porque me encanta fijarme en lo que se supone está pasado de moda, pues también en ello está la belleza.
...en definitiva..., porque formé y sigo formando parte del grupo de los que "no sabían".
05-03-2010
Deberíamos entender los momentos de silencio como algo mágico, maravilloso y esperanzador. Como algo "mágico", porque en el silencio está la magia de la creación mental, humana y espiritual. Como algo "maravilloso", porque un momento se silencio, unos minutos, son en realidad el preludio de la eternidad que tenemos por delante. Y como algo "esperanzador", porque el silencio es paz mental, la paz mental lleva a la incertidumbre humana, y en la incertidumbre está el campo de las posibilidades infinitas.
¿Competir? ¿Para qué? ¿Por qué? Hay de todo y para todos. Tan solo es una cuestión de bien repartir. Por eso la verdadera revolución que está por venir no es la de las armas, ni la de la economía, ni la de las ideologías. Es la del pensamiento. Como piensas, así eres y así es tu vida. El resto ya es una mera y simple cuestión de buena voluntad. Paz, amor, armonía. Es tan fácil...  

01-03-2010

Piensa que lo que dejaste atrás, atrás está. Que lo que fue ya no es ni será. Y que todo ello y lo que quede por venir, es un diminuto corpúsculo en medio de la inmensidad del devenir de la creación infinita. Primero resonaron trompetas de anunciación, proclamando que habías llegado, por fin. Te pasabas el día durmiendo porque para despertar al lugar al que habías venido ya tendrías tiempo; tu ser tenía que acostumbrarse al nuevo hábitat. Hoy ya no resuenan esas trompetas, resuenan los ecos de aquellas, mientras tu ser pide silencio mental. Acallar la mente. ¡Qué maravilla tan laboriosa de conseguir! ¿Verdad? Y bien, ¿qué esperabas? No lo sabías, pero tampoco te hacía falta saberlo. De lo contrario, todo hubiera sido y sería muy aburrido. Descubrir, descubrir. Siempre descubriendo. Incluso cuando no descubres nada, también estás descubriendo. Porque descubrir es un arte. Es el arte de ser consciente de que siempre, siempre queda un largo camino por recorrer. ¿Sólo? Bueno, de momento. Pero no hagamos de eso un drama, pues tampoco lo es. Meciendo la cabeza lentamente de un lado a otro, meces también el alma interior. Y no importa que no sientas los progresos, puesto que cada día es un progreso en la evolución del ser.

Descansa, mi niño. Descansa. A veces, sólo a veces, te gustaría que el empujoncito te lo dieran a ti. Pero es una cuestión de ratitos. Cuando éstos pasan, vuelves a abrir los ojos y contemplas delante de ti aquello que has venido ha hacer. Y ves que es bueno, que es hermoso, que, por supuesto, merece la pena. ¿Toca descansar? Pues eso, mi pequeño: descansa, descansa...  

26-12-2009

Hace tiempo, mucho tiempo, quizás ya demasiado, aprendí a cerrar los ojos para ver la vida tal y como realmente es: hermosa, maravillosa, dichosa. Intentaron que no fuera así. Y la verdad es que se lo trabajaron.

Los medios de comunicación, sin excepción, quisieron bombardearme SOLO con noticias malas y horrendas, a todas horas. Los políticos quisieron hacerme creer que las derechas eran mejores que las izquierdas, y, al mismo tiempo, que las izquierdas eran mejores que las derechas. También se emperraron en querer mostrarme que los nacionalismos de toda índole eran el cáncer de la sociedad, mientras que, de pasada, también insistieron en que esos mismo nacionalismos eran el futuro prometedor que se avecinaba, pleno de alegría y esperanza. Los religiosos, con el hombre vestido de blanco a la cabeza, volvieron a insistirme en que SU mensaje era el único válido y que, además, debía preocuparme y ocuparme de la "salvación" de mi alma; exhibiendo un ÚNICO mensaje para, se supone, toda la humanidad. La gente de la calle, conocidos y desconocidos, no dejaron de insistirme en que me moviera deprisa, deprisa, muy deprisa. A lo que se ve, la vida corría por delante de todos y, claro, uno no podía quedarse atrás.

Un día fui a visitar a una persona al hospital. La encontré con un agujero en el cuello a través del cual se le podía ver la columna. No podía hablar, así que se comunicaba conmigo escribiendo. Me contó que no podía dormir porque le ponían vecinos de cama que no paraban de roncar. Tenía cáncer y se estaba muriendo. Entonces le pregunté si creía en los Reyes Magos. Escribió que "NO". Y yo le dije que esos Reyes Magos que, al parecer, no existían, habían pasado por mi casa dejando en ella una pequeña radio con auriculares para él. Aquel hombre sonrío como he visto sonreír a pocos en mi vida. Ahora podría ponerse la radio y dormirse con tranquilidad pese a los ronquidos del vecino de turno. Le cayeron un par de lagrimillas de agradecimiento emocionado. Me cogió la mano mientras mostraba su enorme alegría. Me despedí de él, quizás hasta nunca. No sé si la semana que viene estará todavía en el pabellón de enfermedades infecciosas al que acudimos los voluntarios de la cruz roja a visitarlos para conversar con ellos. ¿Y qué más da? Al fin y al cabo, como digo yo, morir es dormirse.

Al salir del hospital estaba lloviendo. ¡Genial! Y, cosa curiosa, me acordé de los medios de comunicación, de los políticos, de los religiosos y de la gente que cree a pies juntillas que esto de la vida siempre ha de ser con prisa. Y sonreí yo también. Y entonces me puse a pasear por la calle, despacio, muy despacio, exageradamente despacio, como a cámara lenta. Es Navidad, así que había un montón de gente en la calle. Y varias personas que me adelantaron, me decían cosas como "algunos no tiene prisa por nada, joder", o bien "no vas a apagar un fuego, ¿verdad?", y la mejor "esa no es manera de ir por la vida, hombre". Y yo sonreía, sonreía mucho. Pues, pensaba que, si con una pequeña radio con auriculares de apenas 10 euros se puede hacer sonreír a un enfermo terminal..., ¿qué no podremos lograr con un poco de buena voluntad? No sé..., veamos..., ¿qué tal sonreírle a un desconocido porque sí?, ¿y recoger un papel del suelo de la calle aunque no se te haya caído a tí?, ¿probamos, al menos una vez a la semana, eso de andar muy despacio por la calle?, mmmmm..., hay tantas cosas pequeñitas que hacen la vida tan maravillosa. Y no creo que haga falta que sea Navidad para que las hagamos. Porque, verás, tal y como yo lo veo, recoger UN papel del suelo es evidente que no limpia una ciudad. Pero recoger seis millones..., va a ser que sí la limpia. Y si alguien recibe una sonrisa de un desconocido, no digo yo que vaya a estar alegre para el resto de la semana. Pero si recibe esa sonrisa de 40 desconocidos..., posiblemente su humor cambie, y con ello enfoque las cosas de su vida de otra manera, lo cual haga que su vida sea maravillosa en muchos sentidos. Y así sucesivamente...

Por eso me creo que, pase lo que pase, la vida es maravillosa, preciosa. Porque no se trata de lo que hagan millones y millones de personas, sino de lo que hagas tú. Si cierras los ojos te puedes ver haciendo un montón de cosas que alegrarán la vida a tus semejantes. Luego, ya sólo te queda hacerlas. Viene solo...

Feliz Navidad, con todo mi cariño...

15-11-2009

    Hoy quiero dar las gracias. Sí, quiero dar las gracias.

    Por el amor, por el desamor, por la locura, por la coherencia, por la sonrisa, por la tristeza, por la música, por el silencio, por el adiós, por el encuentro, por lo romántico, por lo artificial, por lo bonito, por lo feo, por la vida, por la muerte, por todo aquello que forma parte de mi de alguna manera.

    Gracias...

25-09-2009

    Cuando estás cansado y cierras los ojos, es como si no vieras nada, viéndolo todo en realidad. Y si tenemos en cuenta que todo pasa al mismo tiempo debido a que el tiempo no existe, llegamos a la conclusión de que un segundo es una eternidad y una eternidad un segundo de una densidad ilimitada. Lo que hagas no importa nada y, al mismo tiempo, todas tus acciones tienen una astronómica importancia. Somos almas en un viaje eterno que no tiene ni principio ni fin.

    Quisieron enseñarme a ocultar los sentimientos pero no lo consiguieron. Y me alegro.  

14-08-2009

    Mira a tu alrededor y contempla por unos segundos lo que tu vista abarque. Bien...., ¿ya? Pues piensa que NADA, absolutamente NADA de lo que hayas podido "ver" es real. Lo sé, es difícil de creer. Y cuesta todavía más creerlo. Pero así es. Tomemos un ejemplo: UNA MESA.

    Durante millones de años la humanidad no tuvo ninguna MESA. Ni el objeto llamado Mesa, ni el concepto de MESA, ni la idea de MESA. Un buen día, alguien PENSÓ que sería buena idea no comer con los platos (si los había) en el suelo. Y PENSÓ que sería bueno tenerlos a una altura más cercana a la boca con la que se comía (y se sigue comiendo, conste). Pero claro..., ¿CÓMO conseguirlo? Tras cavilar, le llegó la IDEA (o también llamado PENSAMIENTO) de que sería buena cosa colocar una superficie plana a la altura de nuestro pecho (más o menos); superficie sobre la cual colocaría los platos. Y así lo hizo. Bien. ¿Y luego? Bueno, luego había que darle un nombre al artilugio inventado. Le llamaron MESA. También podían haberle llamado VELA, PATATA, DESODORANTE, PELOPOPITO..., pero les dio por llamarlo MESA.

    Hay más...

    Fabricaron una mesa de madera (por ejemplo) y los fabricantes y los que disfrutaban de la mesa, ¡inocentes ilusos encantadores!, la sintieron sólida, firme, maciza. Bueno, En aquella época era comprensible, todavía no se habían descubierto los átomos y la física cuántica, entre otras cosas. Lo que no sabían ellos es que esa mesa de madera aparentemente sólida, estaba formada por moléculas del material, las cuales a su vez estaban formadas por átomos, "detrás" de los cuales había..., ENERGÍA vibrando constantemente. De manera que lo que habían llamado MESA y que parecía sólida como una roca, en realidad estaba vibrando constantemente a una velocidad tal que, debido al reducido espectro de visión de los humanos de entonces (y de ahora), les permitía ver aquel objeto de esa manera sólida y compacta, aunque en REALIDAD estuviese vibrando constantemente debido a una superfiesta que se montaban (y se montan) los átomos de la misma.

    Mira a tu alrededor y contempla por unos segundos lo que tu vista abarque. Bien...., ¿ya? Pues piensa que TODO lo que ves, absolutamente TODO, existe porque surgió de un PENSAMIENTO, de no ser así, no existiría. Y piensa también que todo aquello que veas, no es en REALIDAD como lo ves, es de otra forma muy diferente REALMENTE. Si tienes esto en cuenta, te aseguro que es imposible no observar la vida como algo maravilloso de lo cual apenas tenemos información REAL. O sea, tenemos casi todo por descubrir. O sea, que es imposible aburrirse en esta vida. O sea, que te quedan un sinfín de experiencias que tener. Lo que significa que, te pongas como te pongas y te pase lo que te pase, vivir la vida que vivas es un regalo inmenso.  

13-08-2009

    Nada siempre a favor de la corriente. Suelta los remos. No importa cuan dura parezca la situación. Resistirte es permitir que la situación persista. Recuerda que todo comienza con un pensamiento, luego una emoción y eso es lo que te pone en sintonía para superarlo todo sin esfuerzo. ¿Ves lo poco que cuesta hacer asomar una sonrisa en tu rostro? Ya está. Tus emociones te llevan a tus logros o a tus caídas. Cierras los ojos, piensas un pensamiento hermoso, te visualizas en el, lo sientes como si lo vivieras en ese preciso instante..., y ya está.

    Sueña, no dejes de soñar. Imagina. La imaginación lo es todo. Si puedes imaginarlo, es porque es posible. ¿Soledad? No. Nunca estás sólo. Nunca. Eres la prolongación de algo muy grande, enorme. Eres la extensión de tu origen No-físico. Por lo tanto, cuando deseas algo, tu Yo No-físico ya lo tiene. Ponte en sintonía con él, y te lo manifestará ante tus ojos. Funciona así.

    Alegría, paz, armonía, amor, dicha, placer, sonrisa, encanto..., magia. Para eso has venido. Tú lo elegiste a sabiendas de que ibas a encontrarte con cosas maravillosas. Y las tienes cada día a cada paso que das. Las cosas "sin importancia", lo que los que no tiene argumentos llaman "casualidades", son en realidad las señales que te envía tu Yo No-físico para decirte que "por ese camino" sí que estás en sintonía.

    Gracias por hacerme así. Gracias por las emociones que me regalas. Siempre procuro no defraudarte, aunque sé de sobras que nunca te defraudo porque mi  yo-físico, no es ni más ni menos que la extensión de mi Yo-No físico. Somos iguales. Y uno no se puede defraudar a uno mismo, a menos que todavía no haya aprendido a amarse lo suficiente. Y yo, por fortuna, hace muchos años que aprendía a quererme mucho.

31-07-2009

    Hoy he pensado que sería un buen momento para dar las gracias...

    Dar las gracias por todo lo que hay en mi vida. Tanto por eso que llamamos "bueno" como por eso que llamamos "malo". Pues, de sobras es conocido por las mentes sabias y abiertas, que lo "bueno" y lo "malo" son ilusiones de una misma moneda que, en realidad, no existe, sino que la acuñamos nosotros en nuestra mente.

    Dar las gracias por la facilidad con que la sonrisa asoma en mi rostro. Y ya se sabe que la sonrisa externa solo puede existir cuando el interior carcajea como un niño con zapatos nuevos.

    Dar las gracias por todas y cada una de las señales que percibo, que me indican que el Universo guía mis pasos para que yo camine por la realidad que deseo construir.

    Dar las gracias porque siento que, día a día, estoy creciendo por dentro.

22-06-2009

    Hoy me he quedado quieto un buen rato. No me refiero sólo a no moverme físicamente. Quiero decir que, durante un rato, he conseguido que nada se "moviera" a mi alrededor. No puedo decir que haya detenido el tiempo ya que, afortunadamente, eso del tiempo nos lo hemos inventado los humanos y, como tantas otras cosas que inventamos, es una mentira. Más bien quiero decir que he logrado sonreír por dentro. ¡Uau! Je, je, je. Es impresionante ver como un cúmulo de sensaciones pasan por el interior cuando haces una cosa así. Alegría, tristeza, exaltación, llanto, baile lento, rápido, paz, rabia, armonía, levedad, pesadez, pasado, presente... Todo meciéndose al mismo tiempo, como se hace con un recién nacido.

    Cuando meces a un recién nacido, suele alargar los bracitos hacia ti como si te quisiera coger. Cuando ya no eres un peque sino que te afeitas el bigote o el pubis, tiendes a olvidar alargar los brazos. El pequeño no sabe si le vas ha hacer daño o le vas a dar un beso. Simplemente..., va hacia ti. El mayor (que, para colmo, se define como "gato viejo"), te mira, te remira, te pide el carnet (como si eso fuera garantía de algo) y, si hace sol..., lo mismo te saluda cortésmente (pero cortito, ¡eh!). El pequeño quiere jugar a la pelota, y el mayor desea que la pelota juegue para él.

    Cuando logras mecerte por dentro durante un rato, te sientes niño. Y entonces redescubres un montón de viejas sensaciones. Resulta que, mira tu por dónde, el silencio se oye. Por si eso fuera poco, la paz existe (ya sé, suena fatal si miras los telediarios pero..., jolines!, te digo que sí; ¡y está tan cerca de nosotros!). "Alguien" te informa de que el ser humano es maravilloso en esencia. Claro, muchas veces cuesta de creer, lo sé. Pero..., es que cuando te lo dice "alguien"..., jo..., como para dudarlo, puñetas.

    Guiñas un ojo al cielo y, ¡ostras pedrín!, van y te sonríen. Y te piden que confíes. Tanto si ríes como si lloras, te dicen lo mismo: ¡confía! ¡Merece la pena! Y tú, que, claro está, no eres niño ni niña, dudas. Porque si fueras un niño o una niña (¿recuerdas aquellos años?; vamos, haz memoria, un minutito), ni se te ocurriría dudar. "¿Por qué iban a querer hacerme daño?". Alargarías los bracitos, esbozarías tu mayor sonrisa de complacencia y te lanzarías a la piscina, seguro, tranquilo, confiado.

    Pues bien, yo me niego a ser un adulto olvidadizo, un maduro con coraza, un respetable hombre de hoy, un valiente que esconda sus miedos, un cobarde que esconda su valor, un renegado del ayer, un ciego del presente, un apasionado del futuro que nunca llega, un niño que se hizo mayor, un mayor aniñado, un currante que solamente curra, un diploma en la pared, un ser sin amor, un amor sin ser, un familiar olvidado, un olvido a la familia, un apasionado del cemento, un pensador que piense lo que le quieran hacer pensar, un lector que no sepa leer entre líneas, un escritor al dictado de los de siempre, un enamorado de la "realidad" que me quieran vender, un abonado al "sí porque sí", un vencido ante el "no porque no", un soñador de sueños posibles, un aprendiz de brujo que no crea en la magia, un pecador que crea en el pecado, un judas de la vida interior.

    Sí, me niego a todo eso. Me importa un bledo el precio que se tenga que pagar por ese peaje. No avanzaré por el sendero del "esto es lo que hay", ni de coña. Me llamarán iluso, y sonreiré. Me llamarán bocazas, y guiñaré con simpatía. Me dirán que se me va la olla, y eso será todo un piropo. Me acusarán de vivir en la no realidad de la vida, y entonces no podré aguantarme la carcajada (lo cual, inevitablemente, les hará creer que soy más estúpido de lo que pensaron). Me llamarán soñador, despectivamente, claro; y yo soñaré con ellos, imaginándoles en las más bellas situaciones. Me llamarán "pringao", y les abrazaré con mi mente. Me dirán que no sé qué es la vida, y, si me dejan, les contaré la mía (¿quién sabe? A lo mejor se dan cuenta de que toda vida da para mucho, muchísimo). Me dirán que mi cabeza está llena de pájaros, y yo les hablaré de los miles de vuelos diarios que realizan. Se enfadarán, me odiarán incluso; y yo revestiré la incomprensión con el manto cariñoso que todos llevamos en nuestro ser.

Después de todo..., ¿qué derecho tengo a no amar TODO lo que me rodea?

26-02-2009

Un encuentro..., sin palabras

    Ha sucedido hoy. Hacía mucho, mucho tiempo que no me daba un paseo por las Ramblas de Barcelona. Lo que jamás pensé es que me dieran la bienvenida de la manera tan hermosa, tierna y dulce como me la han dado. Ha sido un poco después de pasar la fuente de Canaletas. Para los que no lo sepan, les diré que, entre las muchas cosas preciosas que se pueden ver por las Ramblas de Barcelona, están los llamados "figurantes". Son seres humanos que se atavían con trajes muy variados, caracterizándose de las formas más diversas. Puedes encontrarte desde un pistolero, hasta un hombre murciélago, pasando por los ciclistas, el hombre del baúl..., etc. La gracia está en que, cuando depositas una moneda en el recipiente que tienen generalmente a sus pies, dejan de permanecer inmóviles y comienzan a realizar movimientos, acordes con el personaje que caracterizan.

    Como decía, un poco después de la fuente de Canaletas, bajando a mi derecha, he visto a una chica ataviada con traje de época. Toda ella de un gris oscuro. La cara maquillada igualmente de esa tonalidad. Media melena. Cara algo redonda, nariz fina, mofletes ligeramente pronunciados. Hubiera querido saber el color de sus ojos, pero siempre los mantuvo cerrados. Estaba en posición sentada, sosteniendo una fina barra en sus manos, a modo de paraguas o similar. Su cara gacha y con los ojos cerrados, mirando el suelo. Deposité una moneda de 50 céntimos la primera vez, al bajar; y una e 1 euro cuando subía por las Ramblas. Lo que sucedió después, en ambos casos, fue la cosa más enternecedora que he visto y sentido en mucho tiempo. Sus manos comenzaron a deslizarse suavemente por la fina barra hasta quedar esta sujeta por una sola mano, la izquierda. La derecha comenzó a oscilar lentamente en el viento, ofreciéndose a mi. Cogí su mano, y ella acercó la mía muy despacio hasta sus labios, dándome el más hermoso de los regalos que te puede dar un desconocido: un beso. La segunda vez, el beso fue más largo e intenso. Con mi pulgar acaricié su mano de la manera más cariñosa que supe. Luego, sin soltar mi mano, desplazó la suya lentamente hacia mis labios. Le devolví el beso, esta vez de mis labios a su mano. Acto seguido, soltó delicadamente mi mano, retornando a su posición inicial. Y yo me quedé mirándola, sintiendo un torrente de sensaciones, a cual más maravillosa.

    Un encanto, entrañable, emocionante, maravilloso, espléndido, armonioso, dulce, cariñoso, conmovedor, excitante, penetrante, humano, sentimientos...

    Gracias..., muchas gracias. Gracias..., muchas gracias...

28-01-2009

    Cuando cierras los ojos durante unos minutos, consigues que el tiempo se pare. Es ese no importarte nada de lo que esté sucediendo a tu alrededor, en tu vida, en el mundo. No se trata de perder el tiempo, sino de "abandonarlo" por un rato. Vivimos pendientes del tonto del "tic-tac", y eso hace que nos olvidemos de nuestro propio "tic-tac" interior. Y es el más valioso. Parece ser que, fuera de nuestro interior, todo son prisas, rapidez, velocidad, acción inmediata. Y claro, pretendemos ser de la misma manera por dentro. Y eso no puede ser. De hecho, no es.

    Fuera de nuestro ser, pretende guiarnos un cronómetro.

    Afortunadamente, dentro de nosotros, a poco que nos demos cuenta..., todo desea caminar más despacio.

26-01-2009

     ¿Y si el resultado final fuera lo único que no te importase?
    ¿Y si prescindieras de las expectativas?
    ¿Y si tuvieras la certeza de que el final es bueno, maravilloso, genial, casi mágico?
    ¿Y si respondieras a un contratiempo con una sonrisa interior?
    ¿Y si "mañana" fuese "hoy"?
    ¿Y si dejaras de buscar?
    ¿Y si dejaras de esperar?
    Sonreír..., ése es el secreto de todo.

23-01-2009

        Hemos de acostumbrar a nuestro ser a tener siempre un rincón al que, pase lo que pase, acudir en todo momento. Normalmente, cuando las cosas "nos van bien", no necesitamos recurrir a nada "interior", ya que lo externo hace que nos despreocupemos de lo interno. Es en las contrariedades, en las horas malas, cuando podemos comprobar qué tal estamos cuidando nuestro interior. Si vemos que, no importa lo malo que nos haya sucedido, no encontramos NADA dentro nuestra que, finalmente, aunque sea durante unos segundos, nos haga sonreír..., señal que tenemos nuestro interior bastante descuidado.

        Aprendamos a prescindir, que no ignorar, de lo que nos cuesten los noticiarios, de lo que expliquen los diarios (siempre tendenciosos, por otra parte), de lo que nos digan nuestros políticos (preocupados por todo, menos por nosotros), de las cosas que cuenten las radios (hermanas pequeñas de las televisiones) y demás informaciones que, a qué engañarnos, no son más que vastas formas de manipular nuestras mentes y, sobretodo, nuestros corazones. Una vez conseguido esto, nos daremos cuenta de que lo que queda es..., nosotros mismos. Y si cada uno de nosotros nos proponemos hacer de nuestra vida una vivencia más alegre y optimista pase lo que pase, conseguiremos que todo el planeta comience a virar hacia lo positivo, en lugar de seguir sumido en la negatividad en la que se encuentra ahora. No esperemos que nuestros dirigentes cambien por sí mismos. El poder es lo que tiene. No deja pensar en la gente. Por eso es que la gente ha de cambiar primero, para hacer que los de arriba puedan cambiar también.

        Tengamos nuestro entorno limpio, y ayudaremos a tener un planeta más limpio. Sonriamos cuando nos levantemos, y ayudaremos a tener un planeta más alegre. Pensemos a lo grande, y ayudaremos que el mundo sea grande. Tenemos un planeta demasiado maravilloso como para desperdiciarlo con negatividades que no llevan a ninguna parte.

        Vivir..., es maravilloso pase lo que pase.

01-01-2009

Ensayo sobre la religión...

            Bueno..., ¿y si hacemos un punto y aparte? Podríamos decir aquello de que “con la Iglesia hemos topado”. ¿Por dónde empezar? Veamos. Considero que a la Iglesia, vulgarmente hablando, se la puede poner a parir por muchas cosas. Y, a qué negarlo, hay algunas otras cosas que son de admirar (pocas, muy pocas; conste). Se supone que la Iglesia católica fue fundada por Pablo de Tarso y encontró su continuación en el llamado apóstol Pedro. Claro que esto sucedió, dicen los más fanáticos, por orden y mandato de Jesucristo al decirle al barbudo pescador las famosas palabras del evangelio de Mateo:  

“Y yo a mi vez te digo, que tu eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi iglesia y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos y lo que ates en la Tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los cielos”

         Con estás bíblicas palabras, los ortodoxos lo tienen claro: Jesús ordenó fundar una Iglesia. Punto pelota. El problema (uno de muchos, claro) viene cuando se dan a conocer la existencia de otros textos, según información del prestigioso escritor JJ. Benítez, en los que la frase atribuida a Jesucristo es la que sigue:

“Yo declaro que sobre vuestros corazones edificaré la hermandad del reino de los cielos y sobre esta roca espiritual levantaré el reino de las realidades eternas del reino de mi padre. Ninguna fuerza prevalecerá contra esta fraternidad espiritual”

Y claro, ya la tenemos liada. ¿Quién engaña a quién? El problema, eso sí, fue fácilmente solucionado por los ortodoxos eclesiásticos. Llamaron “apócrifos” a los textos en los que se daba una información “diferente” a la que promulgaban los fundadores de la susodicha Iglesia. ¿Quién manipuló los textos en beneficio de la oficialidad? ¿Quién tuvo y tiene la potestad para determinar la validez de unos textos espirituales? Y sobre todo, ¿por qué? El resultado de tamaña manipulación es bien conocido por todos: 1000 millones de personas engañadas por la historia y por la tradición.

¿Y la Biblia? Ya saben, ese conjunto de libros unidos en uno que forman los cimientos de la religión católica. Cojamos por ejemplo el Nuevo Testamento. ¿Saben ustedes que el primero de los evangelios fue escrito nada menos que 70 años después de la muerte de Jesús? ¡Menudo memorión debía tener quien lo escribió! Y es que da detalles, ¡y muchos!..., setenta años después de que éstos sucedieran. No me negarán que es como para cogerlo con pinzas. Pero tranquilos, este ensayo no pretende ser un mero panfleto EN CONTRA de la Iglesia. Eso sería demasiado fácil y poco original. Este ensayo solo pretende hacerles pensar un poco. Por eso me limitaré ha hacerme preguntas muy simples que giren en torno a la religión que, se supone, abarca la península de nuestra piel de toro. Veamos.

 1- ¿Cómo nombramos a Dios?
         No crean que esta es la pregunta del millón. ¡Ni de coña! Al revés; es la más fácil de responder, de veras. Hay mucha gente que se anda con muchos, demasiados, remilgos a la hora de nombrar a Dios. De hecho, en su tiempo, para los judíos, era llamado “el Innombrable” (para que vean ustedes si tenía miga el mal llamado “pueblo elegido”). Y digo yo: ¿qué tal si nos quitamos las telarañas de la boca? Porque, ¿cuál es el problema? ¿Eso de “Dios” suena muy..., religioso? ¡Pues no hay problema! ¿Cómo lo quieren llamar? ¿Universo? ¿Causa centro-primera? ¿Big-bang? ¿Vida? ¿Madre naturaleza...? ¡Pues tranquilos! ¡Llámenle como les de la gana! ¡Será por etiquetas! ¿De verdad creen que eso es importante? ¡No hombre, no! ¡No se me queden en el quicio de la puerta! ¡Pasen hasta la cocina si lo desean! Pero, por favor..., pasen. Póngale la etiqueta que les de la gana, la que quieran. A fin de cuentas, como nos enseñaban en las clases de matemáticas en tercero de EGB (¿recuerdan la teoría de conjuntos?; ¡vaya coñazo, por cierto!), lo importante es el contenido y no el continente. ¿No creen? Y si después de este razonamiento que les he hecho todavía no lo tienen claro, pues miren, aprovechando que en España abundan los nombres comunes (de esos que en la guía encuentras a porrillo) pues..., ¡¡¡llámenle Pepe!!!
Sea pues. Vamos ha escribir un rato sobre la Iglesia que algunos humanos han montado en torno a Pepe. ¡Ea!

2- ¿Quién posee la verdad espiritual?

         La pregunta no es baladí, créanme. Sin ir más lejos, el actual Papa, Benedicto XVI, en el año 2001, cuando desempeñaba el cargo de “Guardián de la fe” (ahí es nada) dijo: “La Iglesia católica es la única poseedora de la verdad absoluta”. No sonaron las trompetas de Jericó porque imagino que las estaban abrillantando en el taller. Pero la afirmación tiene miga. Y yo me pregunto: ¿puede un ser humano aseverar sin reservas que posee la verdad absoluta en lo que se refiere al mundo espiritual? O dicho de otro modo: ¿a cuánto va el kilo de verdad espiritual absoluta? ¿Se vende en envases tipo familiar? ¿Hay descuento por comprar en cantidades industriales?

         Y además de estas preguntas obvias, se me plantea otra que no tiene desperdicio: si los llamados católicos, mira por donde, han encontrado la verdad, entonces..., ¿los demás están equivocados? ¿Hay unos seis mil millones de personas en el planeta que son unos “sin Dios”?

         Verdaderamente encuentro insultante la posición de la Iglesia católica. Pero no un insulto a la inteligencia (que también), sino más bien un insulto a la espiritualidad de todos y cada uno de los seres humanos que pueblan nuestro planeta. A mi modo de ver no hay nada más etéreamente profundo y maravilloso como la espiritualidad. No creo que ningún ser humano, y menos una organización político-económica-religiosa como el Vaticano, tenga la potestad de apropiarse de la verdad espiritual. Entre otras razones, porque lo espiritual no es conceptuable humanamente hablando. No podemos conceptuar a un Dios. Pero lo podemos sentir..., que no es poco. Y cuando entramos en el apartado de los sentimientos, ¡cuidado con decir y menos ordenar a la gente cómo debe sentir lo espiritual! Nunca antes la expresión “cada persona es un mundo” tuvo tanto peso como cuando nos movemos por el terreno de lo espiritual.

3- ¿Cuántas iglesias hay?

Pues..., a miles. Por existir existe hasta la iglesia Maradoniana. No es coña, es verdad. Veneran, y de qué manera, al futbolista argentino Diego Armando Maradona. Luego tenemos la de la cienciología (ojo, sin pasta no entras, conste). Y luego unos cuantos miles más. Ramificaciones por todas partes. Cada una, naturalmente, promulga “su verdad”. Y a su vez, le dan al término “Cristiano” un sentido muy diverso. ¡Ah! Y por supuesto, cada una dice que tiene razón..., ¡faltaría más! EL Vaticano reconoce y da validez a unas, y desautoriza a otras. ¿Les suena este proceder?

 4- ¿Qué pasa con los ateos?
         La Iglesia no lo duda; lo tiene muy claro: “están condenados al fuego eterno” (hay que reconocer que en cuestión de slogans, los de la Iglesia se lucen, la verdad). Lo que sucede es que, en mi opinión, en este punto, es la propia Iglesia la que se contradice (¿vendrá de una contradicción más ya?). Si resulta que Dios es el creador de TODO y TODOS y ama a TODAS sus criaturas..., ¿acaso lo hace con condiciones? O sea, que si eres creyente, Dios te quiere. Pero si eres ateo, Dios te da jarabe de palo en las calderas de Botero.

         Y digo yo. ¿Por qué no entienden que Dios ama a todos por igual? Lo sé, ya sé lo primero que me van a preguntar: “¿a los que hacen el mal también?”. Entiendo la pregunta. Y mi respuesta es político-humanamente muy incorrecta. Yo creo..., que sí. De lo contrario, a mi modo de ver, Dios no sería todo bondad y amor. Lo que sucede es que el ser humano tiene la manía de extrapolar su concepto de justicia humana a la divina. Y claro, así no llegamos a ninguna parte. Si nosotros, humanos, en la mayoría de los casos no nos aclaramos con nuestra “Justicia”..., ¿cómo demonios somos capaces de dar pláticas aleccionadoras sobre la justicia divina? Y no me vale que me digan que ya que Dios creo al hombre a su imagen y semejanza, la justicia divina y la humana deben ir muy de la mano. Eso sería tan absurdo como decir que todos los humanos tienen el poder de convertir el agua en vino, o de caminar sobre las aguas. Debemos entender que la divinidad no precisa de justicia, ya que el AMOR no es condicionado en su caso. Por eso, extrapolarlo a lo humano es como pretender que toda el agua de los océanos nos cupiera en la palma de la mano. Otra cosa es que nosotros no entendamos ese comportamiento divino. Pero es lógico. Somos humanos, por lo tanto, al menos de momento, en nuestra era, en nuestro tiempo, llegamos hasta donde podemos llegar.
         A Dios no le importa si eres ateo o creyente. Le importas tú. 

5- El sexo: ¡uy! ¡uy, uy!¡uyyyyyyyyyy!

         Este es el tema cachondo por excelencia (nunca mejor dicho, claro). No voy a hacerles un recorrido por la historia explicándoles cómo la Iglesia ha manipulado a sus criaturas con este tema. Tan solo les daré un dato para que se hagan una idea de lo retorcidos que llegan a ser los mandatarios del clero. 

         Ustedes saben que los curas hacen voto de castidad y que no pueden casarse. Bien. ¿Saben porqué? ¿Saben de dónde viene eso? ¿Acaso porque Jesucristo fue célibe? Primero que no SABEMOS si lo fue o no (y yo preocupado, ¿saben?). Y segundo que no es esa la razón. La razón, como siempre, es de carácter económico. Allá por el siglo X, los curas se casaban y divorciaban sin ningún problema. Había matrimonios que duraban toda la vida y otros que no (o sea, nada nuevo bajo el sol). Pero un buen día, el Papa de turno (no recuerdo el nombre ahora) se dio cuenta de un “pequeño” detalle. Los curas que se divorciaban seguían bajo la tutela del Vaticano. Pero..., ¿y la mujer? ¿Qué pasaba con ella? Pues que, a modo de compensación por el divorcio (ya ven, todo vuelve), la mujer se quedaba con parte de las tierras que el Vaticano daba a la pareja cuando se casaban. Y claro..., a más divorcios..., menos tierras y propiedades tenía el Vaticano. O sea..., más dinero perdía. Y claro, esto lo cortó el susodicho Papa de manera clara, radical y diáfana:” ¡Aquí no se casa nadie de los míos! ¡Todos ha hacer voto de castidad!”. Y, naturalmente, ya que se cargó el matrimonio de sus pupilos, el divorcio no tenía razón de ser. Por lo tanto, la siguiente orden era de cajón: “¡Aquí no se divorcia ni el tato!”. Dicho y hecho. Así que, querido lector/a, que no te tomen el pelo diciéndote sacrosanteríos en relación al “no-sexo” de los eclesiásticos. Todo tiene el mismo denominador común: el dinero.  

         Hasta hace unos años, el fin primordial del matrimonio era la procreación. Afortunadamente a la Iglesia se le encendió la “bombillita” y lo cambiaron. Pusieron la procreación como el segundo fin primordial, pasando a colocar en primer puesto “la felicidad de los cónyuges”. ¡Menos mal! ¡Un poco de luz en las tinieblas del Vaticano!

         Lo que no tiene nombre, lo que encuentro aberrante es la política que sigue la Iglesia en tierras como África. He tenido el privilegio de hablar con misioneros que han pasado y pasan casi media vida allí, y la verdad es que es para llevarse las manos en la cabeza. Como saben todos ustedes, el SIDA es una enfermedad muy extendida en África. Pues bien, la iglesia prohíbe el uso de preservativos a sus fieles (evidentemente, el 99% de esos fieles se pasan la prohibición por el forro de sus caprichos..., eso sí, siguen presumiendo de su cristianismo, claro). Sea pues. ¿Saben ustedes la “solución” que ORDENA la Iglesia a sus fieles en África? Muy sencillo: LA ABSTINENCIA. Así de claro. O sea, que los fieles africanos/as, para no contagiarse de SIDA, lo que deben hacer es no copular, no hacer el amor. Algo que, sin duda, los orondos y bien cebados prelados Vaticanistas saben que es totalmente normal, natural y humano. El preservativo tiene una fiabilidad del 95%. Bien. Hagamos números (ya saben, eso que tanto adora hacer el Vaticano). Si no usas el preservativo, podemos decir que en África tienes un 100% de posibilidades de contraer el SIDA. Y yo me pregunto: ¿será preferible que mueran 5 personas a que mueran 95? Ya lo sé, son números muy fríos y calculados los que estoy haciendo (o sea, no me diferencio de lo que hace el Vaticano cuando le conviene). La solución de la abstinencia no me parece ni razonable ni muy humana que digamos. La prueba es, repito, la PRUEBA es..., que siguen muriendo de SIDA por contacto sexual miles y miles de personas en África. O sea, que sobre el papel puede ser muy hermoso lo de la abstinencia. Pero la naturaleza humana es otra cosa (claro que, esas cosas son difíciles de entender, si vas vestido de púrpura, estás sentado en un despacho del Vaticano lujosamente decorado y tienes dificultades al inclinarte para escribir por lo oronda, grasienta y gorda que tienes la tripa).

         Evidentemente, esos misioneros con los que hablé entendían el drama humano mucho mejor que los cebados ataviados de púrpura del Vaticano. Su solución, el remedio que ellos utilizaban y UTILIZAN para evitar en lo posible la propagación del SIDA es mucho más humano, coherente, lógico y piadoso: reparten de forma gratuita y discreta preservativos entre la población de sus diócesis africanas. Dios les bendiga...

         La Iglesia está en contra del divorcio. Muchas veces hemos visto al obispo Rouco Varela decirlo. Claro que a Rouco ya le conocemos. Se va de “mani” contra el divorcio una tarde..., y a los pocos días casa a una divorciada como nuestra princesa Leticia Ortiz. Muy propio de los eclesiásticos.

         El día que la Iglesia tome el celibato como una OPCIÓN y no como una obligación, las cosas comenzarán a cambiar desde el punto de vista sexual en la Iglesia, sin duda.

6- ¿Qué pasa con los homosexuales?

         La Iglesia no tiene dudas: “Los homosexuales son desviaciones, errores de la naturaleza”. ¡Olé! ¡Y se quedan tan anchos los eclesiásticos! Sin embargo, su problema es que no piensan lo que dicen. Porque ese punto de vista que la Iglesia tiene de los homosexuales es el acabose de la contradicción, la demostración palpable de que los purpurados orondos y bien cebados no tienen ni idea de Dios. Mi explicación es muy simple:

         Si, como dice la Iglesia, los homosexuales son un “error” de la naturaleza, ¿están entonces diciendo que la naturaleza se “equivocó”? O sea, que Dios, su Dios, se equivocó. O sea, que en el asunto de la creación “algo” se le escapó de las manos al Padre. La verdad, qué quieren que les diga, si el Dios del Vaticano comete “errores”..., ¡vaya solemne mierda de Dios que tienen estos tipos! Pero..., ¿qué clase de Dios comete errores? ¿Desde cuándo? Si Dios es, aparte de AMOR, una infinita PERFECCIÓN (y así lo creo yo)..., ¿puede EQUIVOCARSE? Yo creo que no...
         Sobran las palabras...

7- ¿Cómo es Dios?
         ¿Y a quién le importa? ¿Puedes explicarle a un cienpiés cómo es el arco iris? ¿Y enseñar la teoría de la relatividad a una mariposa?  ¿Verdad que no? Pues de la misma manera, nosotros, humanos, no podemos SABER “cómo” es la Divinidad. Tenemos que contentarnos con SENTIRLA. Que no es poco...
  Y una curiosidad. ¿Se han dado cuenta de que no existe en el mundo una pintura, imagen, escultura, icono..., que represente a Jesucristo riendo a mandíbula tendida, con una enorme carcajada? ¡Qué pena! Nos quieren hacer creer que el Cristo era todo seriedad. La verdad..., no es creíble.

         Podría seguir y no acabaría. Pero les diré algo que creo encierra todo mi pensar al respecto. Algún día, y creo que falta todavía, los seres humanos profesarán todos la misma religión. Una religión que no sabe de templos, oropeles, dogmas ni poder: la religión del espíritu.  

27-12-2008

Ensayo sobre la muerte...

            “¡De los muertos no se habla!” Sin duda una frase muy extendida en todo occidente. A modo de chiste fácil podría responder que, ¡vale!, entonces eliminemos todos los libros de historia (absurdo, ¿verdad?). También se suele escuchar eso de que “¡a los muertos hay que dejarlos en paz!”. La verdad, ¡como si a ellos les importase! Por no decir esa otra que dice “¡los muertos merecen un respeto!”. Eso sí, en vida probablemente los poníamos a parir. Pero una vez muertos..., ya se sabe. Otros, en un ejercicio de novela policíaca, dicen eso de que “¡la muerte es un misterio!”. Claro, por eso hay todo un negocio lucrativo a su alrededor. Al ser un misterio, es un producto que se puede “vender” de muchas maneras. Y qué decir de aquellos que afirman que “¡la muerte es un tema tabú!”. Pues que son los primeros que cuando se topan de morros con ella (un familiar, un amigo, un conocido), se quedan lo que vulgarmente se dice “en bragas”. Y claro, es entonces cuando se toma eso de la muerte como “la cosa más horrible del mundo”. Y por último, no faltan los que dicen que la muerte “es un tema macabro”. Son los mismos que no dudan en ver las noticias en la televisión, sobretodo las que aparecen niños y ancianos destrozados por una bomba. Mola, ¿verdad?

         Pues no. Va a ser que no. ¿Y si yo les dijera que la muerte es algo, en esencia, maravilloso? ¡Vale! ¡¡Vale!! Por favor, esperen un poco antes de ponerme a parir. “¿La muerte algo maravilloso?” Joder. ¡Pues que se muera tu padre! ¡No te fastidia!” Bien. Ya me lo han dicho. ¿Están más relajados? ¿Han sacado ya sus demonios de dentro? Ok. Ahora, por favor, permítanme seguir. ¿De acuerdo?

         Es evidente que la pérdida de un ser querido causa tristeza, desasosiego y un fuerte dolor. No es menos cierto, y demostrado está, que se pasan por cinco etapas (tranquilos, ni las mencionaré) hasta llegar a la aceptación. Y llegados a este punto es donde creo yo que abría que hacer hincapié en el tema. Los que nos quedamos, nos quedamos bastante fastidiados. Pero..., ¿y el que se va? El que se va se queda en la gloria (religiones al margen, conste). Muchos de ustedes me dirán que nadie ha vuelto del más allá para contarnos lo que hay. Bueno..., eso no es del todo exacto. Verán, tal y como yo lo veo, la cuestión del más allá tiene un secreto..., a voces, claro. No hay que ser especial, ni espiritualmente elevado, ni ser descendiente de tal o cual familia. Nada de eso. Tan solo es necesario una cosa: ser receptivo. Así de sencillo. ¿Y qué es ser receptivo?

Ser receptivo es quitarle el candado a la habitación en la que tenemos nuestras “cosas aprendidas desde siempre” y tirar el candado y la llave al mar (naturalmente pueden tirarlo a cualquier parte; lo del mar sonaba más poético). No seré yo el que les diga que las cosas que les han explicado desde niños son falsas. En absoluto osaría decirles algo así. Primero porque no lo SÉ con exactitud. Y segundo porque no pretendo cambiar a nadie (de hacernos cambiar con el pasar de los años ya se encarga el Universo). Lo que les quiero transmitir con la idea de “ser receptivos” es que, ¿porqué no?, abran la puerta a la posibilidad de que las cosas no sean solamente tal y cómo les enseñaron de pequeños. Permitan que entre en sus mentes y corazones todo un séquito de información que, como mucho, daño no les hará. Y si encima les puede aportar algo más de luz... 

Para aquellos que me digan que después de la muerte ya no hay nada más, les diré dos cosas. La primera que si eso es así, cuando muramos experimentaremos algo genial que es el NO SER. ¿Se imaginan? Hasta la fecha todos ustedes saben lo que es SER. Por lo tanto, son plenamente conscientes de qué significa y qué se vive SIENDO. Bien. ¿Se hacen una idea de lo que ha de ser el NO SER? Cuanto menos, estoy seguro que será una experiencia nueva y sobrecogedora.

La segunda cosa que les diría a los que creen que tras el sueño final no hay nada más, es que se me plante un problema considerable ante semejante afirmación. Verán. Si después de la muerte no hay nada (si tienen ustedes los bemoles y la inteligencia suficiente para conceptuar y definir la NADA), entonces..., ¿qué les decimos a los miles y miles de seres humanos que han tenido experiencias “extracorporales”? De hecho, se cuentan por millones. Una “experiencia extracorporal” o “en el umbral de la muerte” es aquella en la que la persona sale de su cuerpo (como suena) y queda suspendida en el aire pudiendo ver todo lo que acontece mientras se está “muriendo”. Pero no se mueren. Regresan. Y son capaces de dar una cantidad de detalles impresionantes de lo “vivido” momentáneamente al otro lado: número de médicos que le atendían, comentarios realizados por los mismos, matrícula del coche que les atropelló, como podían bailar en ese otro lado aunque en la vida terrenal les faltase una pierna, como podían ver perfectamente aunque en la Tierra fueran ciegos totales..., etc. Amen, naturalmente, de los detalles que les han dado y han vivido en el otro lado: recibimiento por parte de familiares que ya se habían ido antes, el famoso túnel en cuyo final hay una luz muy intensa que “despide” un amor como nunca sintieron antes, disfrutar de cosas que anhelaron en vida terrenal pero que nunca obtuvieron..., etc.

         Bien. Así pues, ¿qué les decimos a todos esos miles y millones de personas? Veamos..., déjenme pensar..., ¡ya está!..., les decimos a todos que sufrieron alucinaciones. ¡Se habían fumado un “tripi”! Claro que la explicación no es muy decorosa. Bueno. También les podíamos decir que los médicos se equivocaron y en lugar de suero les habían dado cocaína en disolución. Pero eso sería un insulto para la medicina (ya saben, la élite). Hombre, un suero se puede “traspapelar”, pero miles y millones de sueros..., ya sería negligencia abusiva (y eso jode más). Entonces..., ¿qué les decimos? ¿Una travesura de la mente? Jo. Algo repetitiva, ¿no creen? Naturalmente, yo no soy médico ni similar. Así que estoy seguro que más de un galeno me podría dar un largo discurso (y nada falso, conste) acerca de lo intrínseco y complicado que es el cerebro humano (no en vano, pocos son los médicos que se atreven a “meterle mano” al cerebro; lo suelen dejar a las máquinas; siempre es más rentable echarle la culpa a un chip). Y yo escucharía ese discurso y le diría a la ciencia: “Amén”. El problema es que la premisa que les he citado anteriormente sobre cómo explicamos la NADA tras la muerte ante semejantes hechos, no se soluciona. Si cuando vuelves del más allá eres capaz de decirle a alguien, por ejemplo, el color de los pantalones y el jersey que llevaba, debajo de la bata blanca, cuando te atendía mientras estabas sedado y, posteriormente, ya muerto..., hay algo que no se puede explicar con una lógica y raciocinio humanos. Si te “despiertas” una hora después de haber “muerto” diciéndole a la enfermera: “no ha estado bien que me cogiera burlonamente la nariz hace diez minutos”..., eso solo se puede “entender” si se es receptivo. Si no se es receptivo, te pasará lo que a la enfermera: te harás pipí en las bragas.

         Morir es el acto más egoístamente genial que existe. “Señores, ya lo aprendí todo; al menos todo lo que vine a aprender; ¡me largo!”. Y se largan, se largan. Y muchos de los que se quedan aquí, lo hacen con una cara de incredulidad pasmosa: “¡Se ha muerto! ¿Cómo es posible?”. Huelga decir que si a esa misma persona que contempla la muerte de otro, en lugar de presenciar tal fallecimiento, le toca la lotería primitiva en una suma cuantiosa, se guardará muy mucho de hacerse la pregunta “¿Cómo es posible?”. Claro, nos han enseñado que el dinero no necesita de nuestro “ser receptivo”, la muerte ya es otra cosa.

         Todos tenemos el llamado “espíritu de supervivencia”, el cual hace que, en mayor o menor medida, nos aferremos a esta vida, en ocasiones, como si de un clavo ardiendo se tratara. Usted, la persona que me lea en estos momentos, probablemente será capaz de contener la respiración unos 40 segundos. Y no está mal. Pero con toda seguridad le digo que, si se encuentra debajo de agua y una capa de hielo le impide salir a la superficie, usted resistirá bastante más que esos 40 segundos hasta que bien perfore el hielo y salga al exterior a tomar aire, o bien hasta que perezca en el intento. Esa “capacidad supletoria” nos la da el “espíritu de supervivencia” del que les hablo. Hay pocas personas que se “abandonen” a la muerte sin luchar. Y es ahí donde, en mi opinión radica lo “maravilloso” del asunto. Traten de verlo desde este otro punto de vista: “abandonarse”. A fin de cuentas, ¿no son ustedes los primeros que dicen que “cuando te toca, te toca”? Es la ausencia de todo miedo al morir lo que hace que la muerte sea maravillosa. Entiendo, eso sí, el miedo a “la forma” de morir. No se muere igual entre horribles dolores de un cáncer de huesos, que haciéndolo de un infarto mientras estás durmiendo; desde luego que no.

         A mi modo de ver, la cosa, más o menos, es como sigue:

         Lo primero que deberíamos hacer es desarrollar una “cultura” de la muerte (no confundir con un “culto” a la muerte; eso es diferente). Para empezar, ¿qué es eso de que a los niños no se les hable del a muerte? ¿Por qué? ¿Se traumatizan? ¡Ya estamos! ¡Cuidado con el niño que no se resbale! ¡Que se ponga la rebequita si sale al jardín! (créanme, sé de que les hablo; soy hijo único, o sea, fui niño único). ¡Qué no se enteré de esto la niña! ¡Que no entre en la habitación del muerto! (eso antes; ahora todo suele suceder en un hospital, por desgracia). Y así podríamos seguir..., y no acabar nunca. En mi opinión los primeros culpables de semejante “terror” a la muerte son los médicos (ya ven, sigo haciendo amigos entre tan magna profesión; lo siento, Ania. Ya sabes que no lo hago con mala fe; conste). Salvo la ya fallecida doctora Elisabeth Kübler Ross y algún que otro galeno más, el tema de la muerte siempre ha sido dado de lado por la profesión médica. No en vano, uno va al hospital a que le curen, no a morirse, ¿verdad? Por lo tanto, puedo entender que la muerte de un paciente (sí, porque son pacientes, lo de llamarles por su nombre..., a veces pasa..., pero poco) sea un fracaso de la medicina. Puedo entender que el médico al que se le muera un paciente en la mesa de operaciones se sienta abatido y fracasado. Lo que no entiendo es que por esa razón los propios médicos tengan a la muerte como una “apestada”. Si ellos, que están en permanente contacto con la muerte, la rehúyen, entonces, ¿qué sentimiento tendrá el paciente?

         Creo que a los niños, desde pequeños, habría que hablarles de la muerte como algo “NORMAL”. Ni bueno, ni malo. Mejor que eso: NORMAL. Eliminando la preocupación por cuando venga, al mismo tiempo que les aportas una información de que no importa cuándo venga. Que no hay que preocuparse de ella ya que es una cosa muy normal. Que el mundo no se acaba mañana para ellos. Y que para aquellos a los que se les acabó, la vida sigue de otra manera. Y así, poco a poco, irles enseñando el camino de la espiritualidad (que no el de la religiosidad; conste). Naturalmente eso no eliminará el dolor que sientan cuando pierdan a un ser querido (ni falta que hace que pierdan ese dolor). Pero sí que les dará, con el pasar de los años, una visión de la muerte (y por lo tanto, de la vida) mucho más amplia, armoniosa y espiritual, que les posibilitará responderse un montón de preguntas con algo más que: “se fue porque le tocaba”.

         Un segundo punto que creo que es importante de destacar, a mi juicio, es el de cómo “acompañamos” a la muerte. Yo he tenido el privilegio (créanme, es un privilegio) de acompañar a varios moribundos. En el entendido de que eran moribundos en estado de degradación progresiva no dolorosa. Y en todos ellos he podido constatar (o sea, comprobar con mis ojos) que tenían varias cosas en común. La primera es que estaban en la cama pero..., “no estaban”. No, no me he vuelto loco. Tranquilos. Quiero decir que, efectivamente su presencia física allí, en la cama, era obvia. Pero su mirada denotaba que estaban en otra parte. ¿Dónde? A saber. Y les aseguro que ninguno de ellos se había fumado ningún tripi; palabra. La segunda: todos ellos alzaban las manos como si quisieran que les “cogieran de una vez”. Tercera: todos se querían marchar. Incluso a alguno de ellos, si les planteabas el deseo de que se fueran a quedar todavía muchos años entre nosotros, se cabreaban sobremanera. Y la cuarta: todos murieron con una expresión de dulzura y agradecimiento en sus rostros.

         El científico de turno me podrá decir que, naturalmente, todo eso “no prueba nada”. Lo sé. Pero afortunadamente pienso que sobre la muerte no hay “nada que probar”. Está ahí, dándonos información millones de veces al día en todo el planeta. Y muchos no lo quieren ver. Prefieren apartar la mirada para no ver lo horrendo, sin percatarse de que lo que también dejan de ver es el mensaje humano que nos transmite. Yo les diré lo que, en mi opinión, nos dice la muerte.

 
Morirse es como coger un ascensor. Y lo bueno es que no hay “arriba” ni “abajo”.
         Morir es dormirse. Y cuando te despiertas..., ya no te duermes más.
         La muerte nos recuerda que la vida es mucho más maravillosa de lo que en muchas ocasiones nos pintan o nos pintamos.
         Morimos todos los días cuando nos vamos a acostar.
         La muerte no debe ser nunca un negocio lucrativo; eso habría que gritárselo a nuestros dirigentes.
         La muerte no es un drama. El verdadero drama es vivir sin saber que, pase lo que pase, la vida es lo más maravilloso que tenemos.
         La muerte no es el fin de todo. Es el principio del Todo.  
         En definitiva, cómo decía el poeta: vivir es morir, morir es vivir.