domingo, 5 de diciembre de 2010

05/08/2006

La niñez marca el resto del devenir de la vida de un ser humano. Es en esa época de nuestra vida cuando los miedos que nos penetran en la mente ya no nos abandonarán jamás. Todos tenemos nuestro infierno en nuestro interior. El que diga lo contrario, miente.

No hay nada, absolutamente nada tan mágico, hermoso, dulce, penetrante, maravilloso y radiante como el primer amor correspondido. Es vivir en un sueño cada segundo de tu vida. Es estar pendiente del otro cada instante que tu mente te lo permite (porque tu corazón ya rebosa por todos lados).

Hay personas que logran que ese primer amor sea para siempre. Les envidio sanamente. No es que después del primer amor los otros que vengan no sean válidos y maravillosos. En absoluto. Pero, creo, como el primer beso por amor…, no hay nada.

La pérdida progresiva y a marchas forzadas de la inocencia es el precio que pagamos por esa estupidez a la que los “iluminados” llaman madurez.  

Cuando era niño, muy niño, me daba miedo crecer y llegar a ser como los mayores. Los veía extraños, con reacciones que a mí me parecían ridículas y desconcertantes. Hoy ya pertenezco al mundo de los mayores. Me siguen pareciendo extraños, ridículos y desconcertantes. La diferencia es que ya no soy un niño. Pues…, qué quieren que les diga…, vaya mierda.

Todo está escrito. Nada es casualidad. La casualidad es la excusa de los cobardes que prefieren la ignorancia antes que la investigación de nuestro mundo interior. La CAUSALIDAD…, eso ya es otra cosa.

Soñar despierto, si sabes despertar luego, no es nada malo. Al contrario. Es como abrir una nueva dimensión momentánea en tu vida. Hazlo solo de vez en cuando. Piensa que lo que no puedas hacer en esta vida ya lo podrás hacer en la otra. O en la otra. O en la de más allá…

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