lunes, 6 de diciembre de 2010

30-05-2008

Por favor, ensaya esto que te voy a decir. Pero ensáyalo desde el corazón, con sentimiento:

Cierra los ojos e imagina un océano inmenso. Por más que miras hacia el horizonte no ves más que agua, mar. Tienes una capacidad ilimitada para nadar, bucear y mantenerte en el agua sin cansarte. No ves tierra, pero no te preocupa. La superficie, ya la ves, puede resultar monótona: mar y sólo mar. Entonces, te sumerges en las profundidades. e cuerda que tienes capacidad ilimitada de respirar bajo el agua. Mientras lo haces, escuchas una suave y dulce melodía de música clásica que te acompaña en cada uno de tus movimientos. Sientes la necesidad de ir hondo, muy hondo. Se supone que cuanto más te sumerges, más oscuro está. Pero..., no. Ya llevas mucho rato descendiendo a las profundidades. Y lo que ves es maravilloso. Un luz comienza ha mostrarse. Y se hace cada vez más intensa. Primero es un resplandor. Si profundizas un poco más, la claridad es total. ¿Qué ves? Una ciudad bajo el agua. ¿Qué nombre tiene? Bueno, ¿eso qué más da? Las personas se saludan sonriendo. Los coches no hacen ruido. Hay parques por todos lados y los edificios son de colores alegres.

Comienzas a caminar por la ciudad. No hace falta que te describa yo cómo es. Hazlo tú mismo. Recréate en los detalles. No tengas prisa (¿porqué hay que tener prisa?). Quédate en esa ciudad todo el tiempo que quieras. Haz amigos, visita edificios, cómprate un coche, alquila un piso..., haz lo que quieras. Y cuando creas que ya lo has visto todo de esa ciudad, vuelve a subir a la superficie y ríete durante mucho rato. Tanto rato como felicidad hayas acumulado en tu estancia en la ciudad.

Y luego, puedes hacer dos cosas: volverte a sumergir..., o dejarlo para otro momento.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario