lunes, 6 de diciembre de 2010

20-04-2010

Bonito eso de aprender. Hermoso, sin duda. Aciertos, errores, etiquetas humanas en definitiva. Me gusta Peter Pan. Conserva esa inocencia tan necesaria para darse cuenta del lado de la vida que realmente merece la pena. Y sin embargo, nos cuesta tan poco enfadarnos, malentendernos, sacarnos los ojos. De todas formas, qué cosa tan curiosa sucede cuando cierras los ojos. No hablo de hacer meditación, no, ni siquiera eso. Simplemente eso, cerrar los ojos. Abstraerse de todo y de todos. En el "Reino de la nada" todo es de otra manera.

Alguien me podrá decir que eso del "Reino de la nada" es una huída de la realidad, un acobardarse ante lo que vemos, un no querer aceptar que "las cosas son como son" y punto. Y yo le diré que no es a eso a lo que me refiero. Por supuesto que mientras cierras los ojos y penetras en ese "Reino de la nada", el paro sigue aumentando, los niños del África se siguen muriendo cada diez segundos uno de ellos, tu mujer está de uñas contigo, hay varias cosas que no salen como tú quieres que salgan, los políticos siguen tomándonos el pelo en pos de no sé qué ideal patrio de pacotilla, se te volvió a estropear el coche y no sé cuantas cosas más. Lo que sucede es que, cuando entras en el "Reino de la nada", todas esas cosas desaparecen de tu mente el tiempo que seas capaz de mantenerte en dicho Reino (si es que de verdad entras en el "Reino de la nada", os aseguro yo que desaparecen). Y es entonces cuando verdaderamente podemos aprender un montón de cosas...

Podemos aprender que a veces puede ser mejor callar que hablar o escribir demasiado. Y que posiblemente es preferible leer mucho a los demás, guardando silencio verbal y escrito, para, de esta manera, no querer imponer, ni siquiera de refilón, una opinión o un mero punto de vista.

Podemos aprender que quizás ya vale de tanto "empujoncito" a quien no se deje empujar, pues sus razones tendrá para no dejarse. Independientemente de lo mucho que la experiencia nos haya enseñado de todos y cada uno de los "empujoncitos" que hayamos dado a lo largo de la vida que, si bien fueron certeros en su mayoría, también hubieron que, posiblemente, sobraron (¿o no?; bueno, ¿importa eso ahora? Creo que no).

Podemos aprender que el silencio es una poderosa fuente de sabiduría. Te regala pensamientos, lágrimas, sueños, alegrías, abrazos, besos, milagros, duendes, visión de guías, sensibilidad desconocida y, entre más cosas, paz. Sí, el silencio. Humildad serena, que no debilidad. Búsqueda paciente, que carreras de pollo sin cabeza. Incertidumbre que, en definitiva, regala un infinito campo de posibilidades. Sí, mejor en silencio. Mejor...

Podemos aprender, y creedme, se aprende, que nunca estamos solos. Nunca. Como mínimo, estás contigo. Y no es poco. A fin de cuentas, comprendo que nadie gusta a todo el mundo, y lo veo bien. Ya que la vida se hace por experiencia, y la experiencia la da el contraste. Pero cuando cierras los ojos, te das cuenta de que hay un montón de "gente" que va contigo, día a día. No los verás en los telediarios, ni en los periódicos, ni en las radios. No. De echo, no los verás. Pero es como todo, por mucho que te emperres en decir que el teléfono es sólido, hace ya muchos años que la ciencia demostró que no es así. Todo lo que veas vibra, está vibrando. Todo. Absolutamente todo. Que no lo veas así, no significa que no lo sea. Si tuvieras la profundidad de visión de un microscopio lo verías vibrando. Pero como la longitud de onda que tienes en tu visión es muy cortita, lo ves en ese estado que llamamos "sólido". Pero no lo es. No obstante, la vibración de lo material inerte no lo puedes sentir. Sin embargo, esa no solitud, ese cúmulo de "gente" que te acompaña siempre, sí la puedes sentir. Ya lo creo. Acepto que me digan que son imaginaciones, cuentos chinos, bobadas, y camelos orientales de tres al cuarto. Lo acepto, ya que comprendo que el miedo, que tiene miles de formas, muchas de ellas totalmente subliminales y subconscientemente incontrolables, lleva a muchas personas a ni siquiera profundizar en ese sentimiento, no vaya a ser que descubran cosas que hagan que sus cimientos de "las cosas son como son" se desplomen. Y digo que lo acepto y lo entiendo porque yo fui así durante muchos años de mi vida. Pero cuando cierras los ojos, sientes que no estás solo. Tan solo hay que ser "receptivo a". Sin ir más lejos, ayer noche alguien se sentó a los pies de mi cama. Apenas distinguí una sombra durante un par de segundos como mucho. La verdad, no acerté a reconocer en esa sombra momentánea a nadie que me sonara conocido. Pero sí que sentí que no estaba solo. ¿Miedo? No. Curiosidad. Y paz, mucha paz. Eso sí.

Podemos aprender que no vale la pena tener o no tener razón. Que lo que vale la pena es decir, si se tercia, una mera opinión sobre aquello que se suscite. Y que hay que tener cuidado en cómo decirla, pues no es bueno dejarse cadáveres en el camino que andamos. Pero claro, eso se aprende, a mi modo de ver, callando mucho y atendiendo a lo hermoso que es el silencio. Por eso sigo aprendiendo tanto del silencio de los ojos cerrados y del "Reino de la nada".

Podemos aprender que la tristeza también es fuente de sabiduría interna. Y que quien esté triste, sus razones tendrá para estarlo. Y que no somos nadie para, siquiera, sacarle a ese alguien de su tristeza. No. Nunca sabes, en el fondo, si un "empujoncito" va a ser bien recibido o no o, mejor dicho, si debes darlo o no. ¿Quién los necesita? Posiblemente, en el fondo, nadie. En el "Reino de la nada", con los ojos cerrados, nadie precisa "empujoncitos", puesto que es un lugar en el que no existen los egos.

Podemos aprender que no hay "arriba" ni "abajo", ni "delante" ni "detrás", ni tampoco "izquierda" o "derecha". Que siempre habrá quien te censure, pues también ello forma parte del juego de la vida. Y está bien que así sea. Y que si decimos "blanco" y nos contestan que "que no! que es negro!", pues vete tú a saber, a lo mejor es gris marengo, ¿por qué no? Que sí, que en el "Reino de la nada" te das cuenta que todo es en realidad muy relativo. Que todos tenemos un Ghandi y un Hitler en nuestro interior. Y que ambos conforman nuestra personalidad, nos guste o no. Y nos debe gustar, creo yo.

Podemos aprender que por muy claro que hayamos constatado que tal cosa es de tal manera, eso lo sabremos nosotros a nivel individual..., y con eso basta. Que el éxito personal radica no en la consecución de nuestras metas, sino en el mero hecho de tener el arrojo de planteárnoslas. Permitir que lo distante sea eso miso: distante. Dejarlo venir. Si es para nosotros, vendrá.

¿Y luego? Luego abrimos los ojos, abandonamos el "Reino de la nada", otra vez. Y cruzamos los dedos para no volver a cometer lo errores de antaño. ¿O no eran errores sino aprendizaje? Sea como fuere, yo sigo aprendiendo. Y voy muy, muy despacio. Muy despacio. De hecho, creo que en ese aprendizaje ni siquiera me saqué el bachiller. Suspendo demasiado, demasiadas veces. Y no es que los profesores sean malos. Más bien creo que soy torpe en ocasiones. Pero lo asumo de la manera más digna que se me ocurre. Llevo días dándole vueltas, y creo que me conviene más silencio, más estar callado, más leer, escuchar, aprender, mirar. Menos, mucho menos protagonismo (el gran compañero del ego), más desapego. Más amor, mucho más amor. Toneladas más de amor, si es que el amor se puede pesar. Inocencia, miles de toneladas más de inocencia. Y cuando me volteen, sonreír. Y cuando me equivoque, sonreír más. Pensar más, actuar poco, casi nada. Ya vendrá el momento de actuar. Con quien lo pida, claro. De lo contrario, es ofender el alma del prójimo, que, dicho sea de paso, es como tú: una persona.

Luego de abrir los ojos, es bueno deja dormir al que duerme, puesto que su sueño no es el tuyo. Guardar silencio. Mejor, guardar silencio. Apartarse...¿por qué no? ¿Soledad? Puede ser una hermosa medicina. Los raíles van a seguir en el mismo sitio. Si no cojo el tren de las 14:00, ya cogeré otro. Trenes, siempre hay. Eso sí, primero es mejor preguntar si hay billetes. Silencio, mejor más silencio. Aprender, seguir aprendiendo. Siempre aprendiendo. Como Peter Pan, todo es posible. Y si por ello eres incomprendido, bienvenida sea la incomprensión. Bendita ella. Posiblemente sea la fuente de la sabiduría. Es como cuando te quedas con la mirada perdida en el horizonte. Llega un momento en el que parece que no ves más allá. Pero sabes que ese más allá está "a la vuelta de la esquina". Mejor correr como la tortuga. Mejor abrazar al aire, siempre te abraza. Mejor sostener una gota de agua en tu dedo, te mira cuando tu la miras.

Y ahora, a dormir. Y que me sigan visitando, que me arropen con la manta si me destapo. Que me miren con una bella sonrisa que pueda sentir aunque no la vea. Y silencio, más silencio. He de aprender tanto todavía..., tanto.

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