lunes, 6 de diciembre de 2010

22-12-2008

Ensayo sobre el ayer...

         “El ayer no sirve de nada”, habremos oído alguna vez. Bueno. No es exactamente así, en realidad. A poco que pensemos, el ayer es la antesala de nuestro “ahora”, que, a su vez, es el punto de partida de nuestro “mañana”. Si bien, nuestro “ahora” no está fijado, sino que varía a cada segundo de nuestra existencia. De ahí que nuestro “mañana” dependa de todos y cada uno de nuestros “ahora”, todos ellos determinados por un “ayer” que, en el fondo, no sabemos cuando empezó ni cuando ha terminado. Así pues, no es que el “ayer” no nos sirva de nada. Deberíamos decir mejor que el “ayer”, nuestro “ayer”, no modifica nuestro “ahora” ni nuestro “mañana”, sino que más bien les va dando forma, poco a poco, en espera de que nosotros, mediante nuestro conocimiento y experiencias, saquemos de ese nuestro “ayer” la esencia más maravillosa para conseguir que nuestros “ahora” y nuestro “mañana” sean dotados del esplendor suficiente para conseguir un día a día pleno de eso que todo ser humano busca en su fuero interno cual anhelo estremecedor: la felicidad.

         Cuando solemos equivocarnos es al tomar nuestro “ayer” como el causante de los males que nos aquejen en nuestro “ahora” o en nuestro mañana”. El ser humano, aparte de ser un hábil manipulador de la verdad, es un experto buscador de excusas. De eso no hay duda. Y el “ayer” es la excusa perfecta para justificar nuestros miedos y debilidades. A fin de cuentas, ¿qué hacemos cuando nos acusan de algo? Justificarnos. Prescindiendo de si tenemos razón o no. Eso ahora es secundario. Rara vez optamos por la opción del silencio, ya que nos han enseñado desde niños que el silencia ante una acusación es un síntoma de debilidad, cuando no de culpabilidad otorgada. Y como nuestro “ayer” es silencioso a oídos de los demás, a veces es una herramienta perfecta para justificar nuestras limitaciones ordinarias o extraordinarias. Y hacemos mal. Porque en realidad deberíamos saber y aprender que nuestro “ayer”, en el fondo, es un arma pacífica que tenemos los humanos para dibujar cada segundo de nuestra vida. No es complicado. Todo consiste en darle la mano como si de una hermana pequeña se tratara, en lugar de llevarlo cual mochila cargada de piedras pesadas y cortantes. Tornar las espinas en salientes a los que sujetarse, pero no para excusarse, sino para comprenderse mejor y, sobre todo, amarse más a uno mismo. Amarse mucho más.

         Si tu “ayer” te provoca tristeza, no dudes que fue para enseñarte que la alegría también existe. Si tuviste rechazo, fue para descubrir que el afecto es una cosa maravillosa. Si tu experiencia fue la dicha, eso te sucedió para obtener la información de que el dolor tiene un poso de felicidad, que no de masoquismo. Si te regaló injusticias, ese presente fue para que aprendieras que lo justo no siempre es lo habitual y que, por lo tanto,  debes luchar sin esfuerzo para lograrlo de forma pausada. Si la ofrenda fue el dolor, es evidente que, tarde o temprano, sentiste alegría por otra cosa; lo cual es señal inequívoca de que nada hay que no tenga su contrapunto y que ambos son necesarios para el desarrollo de nuestra personalidad. Si sentiste el amor en plenitud, deberás aprender que el desamor es otra forma maravillosa de amar, ser amado y sentirse lleno de felicidad.

         Y la mejor forma de saber que, fuese como fuere, estás en armonía con tu “ayer” es aquella que hace que, cuando piensas en él, te reporta una sonrisa tierna, compasiva y pícara, que, además de regalarte una paz enorme a tu corazón, te hace ver que..., todo está bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario