lunes, 6 de diciembre de 2010

22-06-2009

    Hoy me he quedado quieto un buen rato. No me refiero sólo a no moverme físicamente. Quiero decir que, durante un rato, he conseguido que nada se "moviera" a mi alrededor. No puedo decir que haya detenido el tiempo ya que, afortunadamente, eso del tiempo nos lo hemos inventado los humanos y, como tantas otras cosas que inventamos, es una mentira. Más bien quiero decir que he logrado sonreír por dentro. ¡Uau! Je, je, je. Es impresionante ver como un cúmulo de sensaciones pasan por el interior cuando haces una cosa así. Alegría, tristeza, exaltación, llanto, baile lento, rápido, paz, rabia, armonía, levedad, pesadez, pasado, presente... Todo meciéndose al mismo tiempo, como se hace con un recién nacido.

    Cuando meces a un recién nacido, suele alargar los bracitos hacia ti como si te quisiera coger. Cuando ya no eres un peque sino que te afeitas el bigote o el pubis, tiendes a olvidar alargar los brazos. El pequeño no sabe si le vas ha hacer daño o le vas a dar un beso. Simplemente..., va hacia ti. El mayor (que, para colmo, se define como "gato viejo"), te mira, te remira, te pide el carnet (como si eso fuera garantía de algo) y, si hace sol..., lo mismo te saluda cortésmente (pero cortito, ¡eh!). El pequeño quiere jugar a la pelota, y el mayor desea que la pelota juegue para él.

    Cuando logras mecerte por dentro durante un rato, te sientes niño. Y entonces redescubres un montón de viejas sensaciones. Resulta que, mira tu por dónde, el silencio se oye. Por si eso fuera poco, la paz existe (ya sé, suena fatal si miras los telediarios pero..., jolines!, te digo que sí; ¡y está tan cerca de nosotros!). "Alguien" te informa de que el ser humano es maravilloso en esencia. Claro, muchas veces cuesta de creer, lo sé. Pero..., es que cuando te lo dice "alguien"..., jo..., como para dudarlo, puñetas.

    Guiñas un ojo al cielo y, ¡ostras pedrín!, van y te sonríen. Y te piden que confíes. Tanto si ríes como si lloras, te dicen lo mismo: ¡confía! ¡Merece la pena! Y tú, que, claro está, no eres niño ni niña, dudas. Porque si fueras un niño o una niña (¿recuerdas aquellos años?; vamos, haz memoria, un minutito), ni se te ocurriría dudar. "¿Por qué iban a querer hacerme daño?". Alargarías los bracitos, esbozarías tu mayor sonrisa de complacencia y te lanzarías a la piscina, seguro, tranquilo, confiado.

    Pues bien, yo me niego a ser un adulto olvidadizo, un maduro con coraza, un respetable hombre de hoy, un valiente que esconda sus miedos, un cobarde que esconda su valor, un renegado del ayer, un ciego del presente, un apasionado del futuro que nunca llega, un niño que se hizo mayor, un mayor aniñado, un currante que solamente curra, un diploma en la pared, un ser sin amor, un amor sin ser, un familiar olvidado, un olvido a la familia, un apasionado del cemento, un pensador que piense lo que le quieran hacer pensar, un lector que no sepa leer entre líneas, un escritor al dictado de los de siempre, un enamorado de la "realidad" que me quieran vender, un abonado al "sí porque sí", un vencido ante el "no porque no", un soñador de sueños posibles, un aprendiz de brujo que no crea en la magia, un pecador que crea en el pecado, un judas de la vida interior.

    Sí, me niego a todo eso. Me importa un bledo el precio que se tenga que pagar por ese peaje. No avanzaré por el sendero del "esto es lo que hay", ni de coña. Me llamarán iluso, y sonreiré. Me llamarán bocazas, y guiñaré con simpatía. Me dirán que se me va la olla, y eso será todo un piropo. Me acusarán de vivir en la no realidad de la vida, y entonces no podré aguantarme la carcajada (lo cual, inevitablemente, les hará creer que soy más estúpido de lo que pensaron). Me llamarán soñador, despectivamente, claro; y yo soñaré con ellos, imaginándoles en las más bellas situaciones. Me llamarán "pringao", y les abrazaré con mi mente. Me dirán que no sé qué es la vida, y, si me dejan, les contaré la mía (¿quién sabe? A lo mejor se dan cuenta de que toda vida da para mucho, muchísimo). Me dirán que mi cabeza está llena de pájaros, y yo les hablaré de los miles de vuelos diarios que realizan. Se enfadarán, me odiarán incluso; y yo revestiré la incomprensión con el manto cariñoso que todos llevamos en nuestro ser.

Después de todo..., ¿qué derecho tengo a no amar TODO lo que me rodea?

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