lunes, 6 de diciembre de 2010

09-03-2010

Algunos, los que se supone que saben de estas cosas, los llamados "maestros del amor", me enseñaron que eso del amor es algo que "sobreviene", que se forja día a día y que, en última instancia, explota en una nube de infinitos colores. Bueno, siempre me costó darme cuenta de que yo no era maestro de nada. Y no por falta de ganas. No, que va. Sino porque a los maestros del mundo los vi siempre como un conjunto de aleccionadores sociales, empecinados en decirle a las gentes cómo debían sentir, cómo debían pensar, cómo debían obra y, lo que era peor, cómo debían amar.

Así que poco a poco me di cuenta que yo formaba parte del grupo de los que "no sabían". Me dijeron que medir bien mis pasos y no dejar nada al azar. Yo descubrí que eso del azar no existe y que lo de la improvisación es, en el fondo, la llama del sentimiento previsto sin saber que desde "algún lado" ya lo había planificado de manera inconsciente.

Me dijeron que los hombres no lloran. Yo eso lo tuve fácil, fui un lloreras desde muy pequeño y, afortunadamente, lo sigo siendo hoy en día.

También me informaron concienzudamente de que un hombre debe ser fuerte y, por lo tanto, mostrar sus sentimientos, en el caso de que lo hiciese, de una manera muy rudimentaria y poco apasionada. Yo perdí la cuenta de mis cartas de amor cuando pase de las doscientas y, por suerte, ya no recuerdo el número de besos apasionados que he dado (lo cual es un buen síntoma porque de esta manera, cada beso es un volver a empezar, como si dijéramos).

Me dijeron y me repitieron hasta la saciedad que cada edad tenía una cosa y que cada cosa tenía su edad. Hace pocos meses un hombre, pretendiendo humillarme, me acusó de vivir como un chiquillo de 25 años cuando en realidad tengo 42. Recuerdo que, para su espanto y asombro, le abracé efusivamente mientras le daba las gracias: jamás me habían dicho un piropo tan hermoso.

Trataron de inculcarme que había que ser un hombre de bien con un buen porvenir (de veras, en eso es en lo que más hincapié hicieron). Y un día tuve que decidir entre vivir o VIVIR. Elegí las mayúsculas. No me arrepiento. Al revés. Mi jardín no podrá nunca competir con los jardines de Versalles, pero siempre estará muy por encima del terreno ajardinado estándar que la mayoría de "hombres de provecho" se "permiten" tener.

Cuando mis compañeros se cansaron de jugar a los pistoleros, yo todavía quería seguir jugando. Cuando se cansaron de jugar a mamás y a papás (sin sexo, de manera inocente; quizás los jovencitos de hoy no lo creerán, pero se jugaba a eso también), yo no entendía porqué demonios no querían seguir jugando a eso tan divertido.

Con los años he aprendido que sin duda, yo fui un niño al que le enseñaron todas y cada una de las cosas que enseñaban en la época y que sin embargo, jamás aprendió. Y debo disculpar de ese no aprendizaje a quienes, con su mejor intención, quisieron hacer de mi un "hombre de provecho". Más bien al contrario, les alabo su buena fe y su preocupación por mi. A fin de cuentas, lo hacían con mucho amor. Lo que sucedió no fue que no me lo explicaran bien sino que yo no me lo creía. Por eso no lo aprendí entonces..., y sigo sin aprenderlo ahora. ¿Por qué? Pues...
 
...porque cuando una mano coge a otra mano, todavía soy capaz de sentir la vibración que emana de ambas.
...porque cuando dos labios se juntan con otros dos, todavía reconozco el aroma que se desprende de ellos.
...porque me encanta fijarme en lo que se supone está pasado de moda, pues también en ello está la belleza.
...en definitiva..., porque formé y sigo formando parte del grupo de los que "no sabían".

1 comentario:

  1. Querido Luismi,
    me he reído mucho cuando abrazaste efusivamente a aquella persona que pretendía humillarte con lo de "chiquillo de 25". Muy bien, Luismi, qué reacción más sabia. Y me gusta mucho cuando reconoces que no sabes nada. Yo también. Un abrazo y hasta pronto.
    Juan Miguel

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