lunes, 6 de diciembre de 2010

26-12-2008

Ensayo sobre el amor...

             Me perderé, seguro. Divagaré, no me cabe duda. ¿Aburriré? Hombre, si se tiene como gran aspiración en la vida no perderse tal o cual partido de fútbol, seguramente aburriré bastante. Pero no me preocupa. Induciré a la compasión del incomprendido, faltaría más. Me podrán recriminar una y mil cosas, sin duda; el tema, no en vano, no tiene principio ni fin, por fortuna. Tocaré, quizás, alguna fibra que, ¡oh milagro!, todavía pueda quedar intacta tras el pasar de los años vividos. Pero una cosa es cierta, no dejaré indiferente. No porque sea yo un genio de la literatura, sino porque eso del amor, para bien y para mal, siempre nos hace levantar la ceja.

         Los románticos lo llaman “inspiración sentimental”. Los realistas y cienciólogos, “química”. Los pragmáticos le ponen el apelativo de “dolor de cabeza”. Los religiosos le llaman “la esencia”. Lo espiritualistas, “el todo”. Y así podría seguir. Se me acabarían los enclaves sociales, pero no los apelativos. Y es que esto del amor tiene magia. Un profesor que tuve yo en el llamado entonces curso de primero de B.U.P, lo definía de una forma muy jocosa: “El que se enamora no lo nota, pero poco a poco se vuelve idiota”. Y, a su manera, tenía razón. Claro que aquí la palabra “idiota” no debe sonar a insulto. Imagino, ¡quiero imaginar, Dios Santo!, que el lector se habrá sentido enamorado/a alguna vez (¡al menos UNA!). Puede que hace mucho o, por ventura, hace muy poco. ¿Recuerdan? Era domingo pero..., ustedes no tenían conciencia real de qué día de la semana era. Si hacía sol, naturalmente el sol era el mejor acompañante que podían tener ese día y en ese momento. Si llovía, por descontado que una lluvia era el mejor amenizador del tintineo de sus corazones (¡faltaría más!). Usted, que jamás en su vida fue un atleta, se encontró dando saltos, literalmente, después de haberla dejado en casa (ya sabe, el horario es el horario). ¿Y usted? Sí, sí. Me refiero a usted. La que pensaba que “eso” era para cuando una se casa (es lo que le habían dicho siempre). Y mira por donde..., resultó que era mejor no esperar tanto tiempo para...

         Se suele hacer distinción entre el amor a diferentes edades. Es humanamente comprensible que se haga, pero, en mi opinión, es como pretender conducir con un mercedes por un campo de coles: absurdo. Los eruditos del tema (créanme, hay eruditos para todo y salen como setas de debajo de las piedras) aseveran categóricamente que, por ejemplo, el amor a los 20 es diferente del amor a los 40. Y dicho esto, hacen un silencio en su discurso esperando los aplausos de los lameculos pertinentes (los cuales, a su vez, evidentemente, creen y están convencidos de ser también unos eruditos en la materia). Lo triste es que les aplauden, claro. Lo que no se dan cuenta estos eruditos es que la distinción habría que hacerla, quizás y solo quizás, no entre las diferentes clases de amor (¿hay clases de amor?) sino entre las diferentes maneras de sentir el amor (suena mejor, ¿verdad?). El amor a los 20 es pasión total, es afortunadamente irracional, perversamente egoísta, nutrido de ideales no probados que no necesitan ser probados. ¿Y a los 40? Veamos, a los 40..., ¿qué pasa? ¿No hay pasión? Jo, pues lo siento por aquel o aquella que no disponga de pasión suficiente como para sentir mariposas en el estómago tenga la edad que tenga. ¿A los 40, aparece la racionalidad sentimental? Vaya, o sea que a partir de los 40 nos ponemos en posición de aburrirnos un rato, ¿verdad? Bien. Abúrranse si lo desean. Cojan un bolígrafo y un papel y comiencen a anotar los pros y contras de ese sentimiento que les ha nacido al conocer a alguien. Sinceramente, yo prefiero dar besos. ¿Nos volvemos sentimentalmente altruistas a los 40? Mira por donde. Al parecer, me dicen los eruditos que no es así, sino más bien al revés. Menos mal, a los 40 nos sigue gustando que nos amen a nosotros y nonos preocupa que amen también al vecino del quinto. ¿Y qué me dicen de los ideales amorosos a los 40? Hay quien dice que, debido al trabajo, ya no se tiene tiempo para “esas cosas”. Y quien dice el trabajo, dice los hijos, las facturas, la lavadora que da problemas... Curioso. Muy curioso. Por cierto, ¿han hecho el amor alguna vez encima de una lavadora en marcha, en pleno centrifugado? Créanme, tiene su aquello. Bromas al margen, señores, señoras, nuestros días tienen 24 horas. No me van ha hacer creer que no se puede dedicar al menos una diaria a quererse tal y como “se ha hecho siempre”. Nome refiero a sexo. Me refiero a eso y a todo lo demás.

         Y para aquellos/as que prefieran quedarse con el logotipo de que “la vida es muy dura”, les diré que ¡adelante! ¡Sigan así! ¡Claro! Sean tan cenutrios como para quedarse con eso. Eso sí, luego no se quejen. No se lamenten de que “les falta algo”, de que “¿hacia dónde voy?”, de que “me gustaría que...”. Sin amor, sin cariño, la vida se reduce bastante. Jueguen si quieren al juego de llenar los vacíos con trabajo, discursos, ambiciones (laborales, claro; las otras ambiciones parece que no venden bien). Y les deseo un feliz “desequilibrio de vida”.

         Créanme..., es más hermoso y más fácil de lo que parece.

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