lunes, 6 de diciembre de 2010

26/07/2007

           Querido Leandro:

            Ayer me comunicaron una pésima noticia. Me dijeron que habías muerto. Es más, según indicios de peso que nunca se esclarecerán, parece ser que te has suicidado. Leandro Galobardes Mendoza: ¡Suicidio! Parece mentira, chico. Te has ido. Dejas muchas cosas por aquí abajo. Una madre que te adora está en el psiquiátrico, una hermana con la que “vete tú a saber” cómo te llevabas de mal, una novia y futura esposa a corto plazo y unos amigos que se preocupaban por ti. Uno de esos amigos soy yo: el Luismi. Si te soy sincero, jamás se me pasó por la mente que te suicidaras. Y si no fue suicidio, tampoco se me pasó por la mente que nos dejaras tan pronto.
            Según mi filosofía de vida, que ya sabes nada tiene que ver con esos mamones purpurados orondos y cebados del Vaticano, si no fue suicidio, si fue un accidente lo que hizo que cayeras desde un sexto piso, la cosa está clara: el día 26 de Julio del año 2007, acabaste de aprender todo lo que tenías que aprender en este tu primer viaje. Sencillamente, todo para lo que el buen Dios te había creado ya lo habías hecho. Y desde las alturas te reclamaron. Sí, vale, admito que la manera de llevarte es humanamente trágica, pero ¿qué sabemos nosotros, humanos, del “porqué” de las decisiones del más allá? Numerosas y largas habían sido nuestras conversaciones sobre lo divino y lo humano. Soñando despiertos, creando, a nuestra manera, un mundo mejor.

Si, por el contrario, te suicidaste…, amigo mío, te equivocaste. Fueran cuales fueran tus problemas, quitarse de en medio voluntariamente es no saber apreciar lo mejor que el buen Dios nos ha dado: la vida. Así que imagino que deberás aprender todas esas cosas para las que habías sido creado, en otra parte (a buenas, eso sí). Y luego seguirás la senda que todos seguiremos. Sea como sea, lo que está claro es que estamos “condenados” a ser felices, somos inmortales y lo mejor está por llegar.
           
       Me gustaría, si es posible y te dan permiso, que me hicieras una “visita” de esas que los del más allá soléis hacer. Y que me cuentes cómo estás, qué ha pasado y si voy bien o no con mi filosofía. Te voy a echar de menos mi querido pensador. Y mucho. 

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